ONGI ETORRI

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Felicidad

 Felicidad

Hace un día preciosamente triste, de nubes baja, grises y amenazantes, que se corresponde, perfectamente, con la situación social envolvente, insoportablemente dura ya para muchas personas -lo que debiera convertirla en insoportable para todas- y para todas amenazante.
Sin embargo, al asomarte al balcón ves a grupos de niños y jóvenes celebrando el Hallowen, con sus trajes satinados, sumidos en esa felicidad ambiental grupal, a la que tiene derecho o de la que nadie tiene derecho a excluirlos, pero que sabes falsa, añadida, sin correspondencia con la realidad real. Y una sensación similar te transmite la bandera de Osasuna colgada de algunos balcones o la celebración hace unas semanas del Nafarroa Oinez.
Es cierto que todo el mundo tiene derecho a sentirse feliz,  a no quedar excluido de esa felicidad ambiental grupal en la que sobrenadamos, menos un niño o un joven todavía con escaso criterio para situarse a distancia de la media, de lo contagioso, de lo imbuido.
Pero es más cierto todavía que la sociedad en la que estamos instalados tiene una enorme capacidad para generar dinámicas que nos atrapen, eventos que nos distraigan, reiterativos sucesos históricos a los que resulta difícil mantenerse ajeno y que nos mantienen entretenidos, movilizados en torno a un permanente espectáculo, al que no nos vincula nada, salvo el que “todo el mundo está dentro” y del que, por tanto, quedar fuera no es solo no estar dentro, sino quedar excluido. Reduciendo así, lo que realmente importa, lo que realmente afecta a nuestras vidas y a las vidas de las personas próximas a algo sin tiempo ni espacio, a algo permanentemente relegado.
Vivimos en un mundo en el que, por lo menos colectivamente, todo es evasión. Evasión a la que nos inducen y a la que nos dejamos inducir para vivir fuera de la realidad, fuera de nosotras mismas. La realidad solo nos golpea individualmente, en el ámbito de lo privado, de lo íntimo, de lo nos visibilizado, mientras que en lo público, lo colectivo, lo que se hace visible todo es irreal, sea la celebración e Hallowen o las víctimas de esa celebración.
Los días preciosamente tristes se suceden inútilmente, sin capacidad para conseguir que nuestros silencios se conecten, para que los diversos y similares “lo que me pasa” se sumen y se conviertan en lo que nos pasa, en lo que realmente pasa, para que se conviertan en la realidad. Cuando el individualismo cunde, cuando lo de cada uno no se conecta y adquiere presencia, precisamente entonces, lo individual desaparece y deja el hueco libre para ser ocupado por la irrealidad que nos crean y nos invade.

Colectivo Malatextos 5-11-12

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