ONGI ETORRI

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Cuento the navidad


El hombre del pijama con gatitos estampados se levanta de la cama. Cojea la cama, vieja y viuda, cojea el hombre, viudo, casi viejo. Ojea el baño, sus ojos, entornados en rima con la puerta del aseo, entreabierta está, juegan al veo, veo, juego de recompensa venida del cielo, el excusado está libre. Sigiloso, como el gato a por la rata, el hombre se arrima, al son de otro verso, toná versus soleá, romancero a pecho jondo que se arranca del dormitorio contiguo. Son la niña y su pareja, que duermen ya en rescoldos, pues se acostaron entre luces. Aprieta el interruptor, cierra delicado y se sienta en la taza. Entre manos sostiene sus anales profesionales, que a reposa vientre repasa laborioso. «Mecagüen…», se ha equivocado en la edad, pues es casi viejo. Se limpia las nalgas con el currículo. Tira de la cadena y espera, para abrir sin molestar, hasta que la cisterna se desinfle como un globo. Como al gato, le preocupa la errata. Quiere atraparla, pero no sabe usar el word. Se siente con guantes moviendo el ratón. No quiere despertar a su niña. Quiere fumar pero no encuentra tabaco. Mientras busca en vano el pito, se va encontrando con la cinta del typex, un boli serigrafiado por un tal “Onofre, chapa y pintura”, y otra copia del texto. Tacha la edad con el typex primero, corrige después con el merchandising de Onofre: «Cuarenta y nueve y no la de Matusalén. Soy casi viejo. Inglés e informática básica, éstas no las tacho». Antes de bajar, se arregla un poco con su toque final de Varon Dandy.

Cuando los títeres cortan cabezas

La marquesina de la villa no recomienda al Barón, sino Bvlgari y Acqua di Giò para estas navidades. La marquesina de la villa es un gran cenicero porque es lugar donde la gente mata tiempo y pulmones. No se lo piensa y se dobla para hacer acopio: ducados, camel, winston, lucky and por fortuna, un farias, un farias con carmín. Con el frigodedo entumecido baja la cremallera del mechero una y otra vez hasta que logra prender el farias con sello de mujer. La cojera, porfía laboral, se le había resentido al mal torcer los calcañares, punzada que va templando a medida que apura el puro. Como un chamán en trance, repasa pasado y futuro, es el arte de la capnomancia, la adivinación por el humo. A golpe de pecho se plasman en vertical las familias que por treinta monedas los incluyeron en la lista, sindicalismo de castas, de títeres y máscaras, sindicalismo de vil farsa y servil apuntador de escena, quien al director de la compañía le sopló unos cuantos mutis por el foro. Con la suma del Fogasa, el finiquito de la prestación y un préstamo personal, el hombre del pijama con gatitos estampados montó un modesto taller de chapa y pintura que pronto se fue al garete. Ahora, los canes de la Banca Cívica, merodean por su casa. Ahora, a punto de viajar al futuro, la silueta de la dieciséis se ensancha y le atiza el humo.

Nuevo Futuro

Smoke on the water se esfuma al pasar la tarjeta. Enmudece la radio, parece el juego de la silla. No hay lugar para reposar la cacha pues los asientos están al completo, salvo uno del par que ocupa una señora ricacha por el lado del pasillo, junto al pictograma para discapacitados. Por torpeza coja, por falta de seguridad en su ademán por ocuparlo, la señora del visón de Galicia, país de las maravillas, de las meigas del marisco y don Francisco, la señora de la insignia Foral, Reyno de Navarra, tierra de diversidad (de clases), maneras de vivir (y malvivir), la señora del trono, que blanquea su alma en el rastrillo de Nuevo Futuro, lo tuvo fácil para ignorarlo, para torcer el gesto como si fuera el Cojo Manteca.

Entrevista

El hombre del pijama con gatitos estampados, desearía morder o un llanto. Se apea en la Avenida Zaragoza. Las estrellas comerciales le guían al portal. Le precedía un señor de gran importe en su porte, que abrió la puerta. Juntos, tomaron el ascensor. El señor de gran importe en su porte pulsó el botón del número seis sin preguntar. «Pase a mi despacho», le dijo al llegar a la planta. Sin invitarle a tomar asiento le robó de las manos el currículo, que leyó en un santiamén. «Márchese, hemos terminado».

Desenlace

El hombre del pijama con gatitos estampados, desearía morder o un llanto. O escapar de los problemas con el fatigoso alcohol. Llamó al ascensor y al poco su puerta parpadeó, dentro, pestañeó la mujer más hermosa jamás vista. El hombre preguntó: «¿Bajas?» «Sí». «¿Nevará hoy?» «Pues sí. En breve tenderemos cota de nieve, con precipitaciones débiles a moderadas, viento del norte con algún intervalo fuerte y temperaturas máximas en ligero descenso, mínimas en ligero ascenso. Eso para hoy, y para mañana…» «Perdona que te interrumpa, tu cara me suena de algo». «Quizás de la tele. Soy la chica del tiempo». «Encantado de conocerte». «Lo mismo digo. Nevará… dentro de poco».

La mujer más hermosa jamás vista se alejó mientras se encendía un puro. El sol le bañaba el humo y la espalda. El hombre del pijama con gatitos estampados le sopló un beso y regresó, caminando. Con las doce pegadas a la muñeca llegó a casa. Su niña le había dejado una nota. “Maite zaitut, aita. Nochebuena en el París 365, ponte guapo”. Las lágrimas cortaban sus mejillas, así reflectaba la ventana. Entonces, empezó a nevar. Se acercó, apretó la nariz contra el cristal, y se masturbó.

Colectivo Malatextos. 23-12-09

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