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Supersticiones, poder vitalicio y escasez (I)

En los tiempos de Bonanza (televisiva), de vida comunitaria en casas de andar por casa, las de cisterna alta y retrete donde se cagaba duro, del niño que se las pela a la cocina, puré para chuparse los dedos, aquel de papas con picatostes, el empleo era pleno y estable, los intereses altos y los salarios bajos, tiempos cuyo aprieto era de cubrir la letra del piso, constante que de mala gana se afrontaba metiendo horas en el tajo, horas que una generación solidaria y con conciencia de clase venció en didáctica lucha obrera con aumentos salariales, lo justo para ganar tiempo libre, más ocio, conocimientos y cultura, calidad de vida y ajuste familiar, que disfrutaron con lo poco ?material? que tenían, así tiempo y más tiempo, de pródigos ratos para ver crecer al crío, e incluso ratitos para hermanarlo, o joder sin más según se antojase, que también era joder al clero.Aquellas transformaciones, en todos los terrenos, fueron llevadas a cabo en un clima por sí mismo favorable, pues se estaba rompiendo un estado, se actuaba con brío y afán maximalista con la tortilla en el aire.Eran momentos de alcanzar el cielo sin alas, momentos de quererlo todo, como zahoríes en el mar.

El estado en perpetuación, según escenarios o circunstancias, en ocasiones se agrieta, como lo fue por desidia y el influjo del mayo francés para el franquismo, que evidenció nuestro atraso al mirarnos en el mundo, al cotejar nuestra reserva espiritual con la ostia fetén.Aquella aceptación de lo establecido dio entonces un giro de 180 grados, combinación que abrió la caja fuerte que guardaba celosamente la calle, escenario donde afirmarnos como sujetos en una sociedad libre, excitación y revuelta que sin embargo duró poco: se estaba edificando un nuevo estado, que traería de nuevo, deidades y conformismo, el mismo déjà vu de siempre, evidenciando que no sabemos ni por diablos, ni por viejos.

Así pues, con golosinas y por el hueco de un bozal, llegaron los tiempos de Bonanza (especulativa), de vida unifamiliar, en casas de tirar la casa por la ventana, generación solitaria y con ?clase?, glamour de cisterna baja y varios toilettes siempre a mano pues aquí se caga blando, del niño ven pa? la cocina no te lo repito más, las salchichas campofrío que en su propia salsa ketchuparás los dedos. Con premeditación darvinista se reguló un econosistema en el que tener trabajo estable fuera un privilegio: «devoras horas pa? tener alegre y contento al sargento patrón, pues hay lista de reemplazo, y el reparto ni se plantea, cómo vas a pagar si no las letras del prestigio masculino, esas letras del chalé, el plasma, el MAC, el PC y la pecera, el sillón relax sin tiempo ni pa? relamerlo ni enseñárselo al vecino, que te mueres de ganas, móviles para toda la familia, pues el niño chico ya gatea, dados de franela y estupideces varias, vacaciones europeas de paleto ibérico, de picadillo con la parienta, los críos y la suegra, que siempre receló de tu labia porteña, a berridos de aburridos por el Louvre, esperpento patrio en su máxima expresión, a la par del feriante al micro del gusano loco despachando gansadas, dejando boquiabierto hasta al más escandinavo, armando por los doquieres del museo el más grotesco zipizape, caricatura estival del sentir trágico de vuestras vidas, dejadez y letanía de desmán tras desmán sin coto, cuotas y más cuotas, las del salón del músculo y el peazo buga, dados de franela en su parabrisas, ese deportivo que al gimnasio te lleva, pues si vas, andando, te cansas, jodo petaca.

Pues sí, de ti y tu ausencia, también se cansan, la parienta y los chiquillos.De ti y tu presencia, también se cansa, el sargento patrón, pues si baja la demanda te manda a buscar gamusinos por las oficinas del INEM, orden que no comprendes mi sargento, tan siempre leal.«Porque me sale de las? por pelota, coño».Después, los embargos, el divorcio y amén, a mendigar pa? apoquinar la pensión a tus ex-hijos.

A un pichón de esos exhibieron en el Callejeros (televisivo), sacudiendo el frío a cuerpo gentil, barba regada y piños de hojalata, que descubría roñosos en señal de gratitud a cada redoblar de calderilla por la lata limosnera, entre quejío y quejío jondo a falta de madre.Quien ha caído en las redes del consumismo organizado, quien ha jugado al monopoly de la compra trivial, no sabrá ordeñar vacas flacas, ahora en tiempos de sequía, que el campo no se labra.El jornalero afanoso y servil, por cierto y por verdad, por siempre jamás, será un bracero a la izquierda.Poco tenía la cigarra: su guitarra, su aprender a vivir con seis cuerdas sin atar al prestamista; guitarra de viejo clavijero y viajera malaventura, curtida en la adversidad sin encomendarse al desahogo por ser quien era, esa quien con mucha maña se apaña con poco.Sin embargo, a su codiciosa amiga la hormiga, desorientada sin hormiguero, a cada menguar se le va la vida.Hormigas, las migas se reparten, menos horas y para todas, aún más en sequía, más claro que el agua de tanto aguar.

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