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Frente al debate del colapso, ¿cómo actuar con sentido?

El colapso, concepto esquivo, totalizador, con aroma milenarista pero que ha generado un debate tan intenso como decisivo. ¿Estamos viviendo el colapso global? ¿Este concepto esconde tan solo una crisis múltiple? ¿Es el anuncio del fin del modelo social de capitalismo?

Como en el caso de otros términos polarizadores asistimos a una polémica general dentro y fuera del movimiento ecologista, en el conjunto de la izquierda respecto al uso del término colapso. Podemos dudar sobre su utilidad por su posible carácter desincentivador pero también de que evitarlo resulte honesto, si nos lleva a ignorar la dura realidad a la que nos enfrentamos.

Más allá de la pertinencia y utilidad del concepto-marca ‘colapso’ y del enconado debate que suscita entre colapsistas y anticolapsistas de todo signo, debemos preguntarnos primero si la situación es tan grave como para justificarlo.

El calentamiento global y las catástrofes naturales asociadas, el agotamiento del modelo económico desarrollista, el aumento de la brecha de la desigualdad, el asalto derechista a las instituciones (después de los repetidos intentos izquierdistas de asalto a los ‘palacios de invierno’), la quiebra de la democracia formal, la degradación del estado del bienestar y los servicios públicos, una pandemia global mal resuelta o la irrupción de la guerra en Occidente evidencian un momento de ruptura a una escala nunca antes conocida que parece amenazar no solo el statu quo geopolítico sino también la supervivencia del planeta tal como lo conocíamos. Y las aparentes salidas que se avanzan, desde la reforma del capitalismo con su señuelo de capitalismo verde al derechismo antiglobalización de tentaciones autoritarias, más que tranquilizarnos nos inquietan como síntomas de una deriva sin freno.

Pero lo cierto es que no podemos soslayar ni enmascarar un debate capital, porque su catastrófica agenda está irrumpiendo constantemente en nuestra vida cotidiana. Y ante semejante tesitura lo que queremos intentar, al menos, es abordarlo desde un enfoque fructífero, con sentido.

Paradójicamente, una de las primeras y más alarmantes consecuencias del debate en torno al colapso es la constatación de que la izquierda, las izquierdas, aparte de diagnósticos o teorías, no nos ha ofrecido un horizonte común de salida ni caminos viables para transitar hacia otro escenario, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿se halla también la izquierda en trance de colapsar definitivamente como alternativa al capitalismo? Más aún, nos induce a sospechar que, salvo excepciones embrionarias, en su conjunto, la izquierda actual se comporta como una entidad acomodaticia, domesticada y desorientada, que solo supiera medrar a la sombra del propio capitalismo… El problema es que el ‘colapso’ de la izquierda no es de hoy, sino que viene de bastante atrás, cuando, tras caer el ‘socialismo realmente existente’ y no cuajar otras tendencias alternativas, se fue desdibujando su horizonte en nuestras prósperas sociedades abonadas al frágil estado de bienestar de la socialdemocracia. En cualquier caso, la realidad es que afrontamos el desamparo y nos planteamos si no debiéramos prepararnos para una intemperie lo más adversa posible, sin ninguna herramienta organizativa y movilizadora común que nos impulse. Y la primera tarea en este sentido es profundizar en la autocrítica, no para fustigarnos inútilmente, sino para extraer lecciones que podamos aplicar.

Por otra parte, se nos quiere levantar el ánimo con cierta peregrina esperanza, aduciendo que tocar fondo en este supuesto colapso puede constituir acaso la última oportunidad para una improbable e indeseable revolución, cuyo violento paradigma habría que abandonar definitivamente. No obstante, pensamos que tantas oportunidades perdidas en el pasado reciente quizá nos hayan inmunizado de anhelos revolucionarios y no auguran que tengamos capacidad suficiente para impulsarnos a la rebelión y asumir un reto de esta envergadura.

Sin ánimo de especular sobre grandes futuribles más o menos lejanos el caso es que ya podemos constatar, por ejemplo, en nuestro país, cómo el capitalismo entra en barrena, ya que los nichos de extracción de beneficios se agotan y se dirige hacia unos servicios públicos degradados para proceder a desmontarlos y privatizarlos, como último caladero del cual poder rascar los suculentos réditos a los que estaba acostumbrado. Este es el contexto de desesperada depredación que, una derecha cada vez más extrema y una extrema derecha cada vez más envalentonada tras la pantalla de sus batallas culturales con la nueva agenda del gran Capital (antiglobalización, nacionalismo, militarismo, antiinmigración, etc.), está cultivando para intentar sostener este capitalismo aparentemente terminal pero aquejado de una mala salud de hierro.

Ante esta situación, a la hora de abordar el debate en torno al colapso y sus consecuencias, ante el que no tenemos todavía una respuesta global, aparte de las fallidas tácticas resistentes de la simple reivindicación y la protesta, creemos que hay algunas propuestas que podemos explorar.

0. Sobre el colapso

Hasta hace poco carecíamos de ideas-fuerza, más allá de una amplia panoplia de análisis, diagnósticos y críticas y, justamente, la primera que irrumpe en nuestro panorama es, en apariencia, negativa: el colapso. Pero podemos tomarla no como fin sino precisamente como hipótesis, herramienta, punto de partida. Por un lado debemos naturalizar un concepto que es, de hecho, parte de la realidad dinámica de nuestro mundo, pues hay colapsos inexorables: el colapso cósmico del universo, de nuestro sistema solar y del planeta Tierra, el de las diferentes civilizaciones a lo largo de la historia, el de los ciclos temporales del progreso capitalista o el de nuestro propio cuerpo ante la muerte. Por otro lado, obviamente, no nos estamos refiriendo al colapso como apocalipsis de cariz religioso, sino al derrumbamiento progresivo, más o menos lento o rápido, de un proyecto civilizatorio agotado. Lo que no significa ni el fin de la humanidad ni, lamentablemente, de momento, del capitalismo. Este enfoque no ha de suponer que si el colapso se confirma -lo cual depende en gran medida de nuestra percepción e interpretación del mismo- no hay nada que hacer, sino, en cierto sentido, justo lo contrario: que todo está por hacer, para reorientarlo de la manera más positiva posible y para desembocar hacia un nuevo escenario más esperanzador. Queremos proponer por tanto el colapso no como realidad definitiva sino como idea-fuerza motriz capaz de convocar nuestras mejores reflexiones y esfuerzos para, superando la controversia nominalista, centrarnos en los grandes problemas de fondo que, objetivamente, compartimos.

1. Propuesta sobre el decrecimiento

Una de las convicciones cada vez más ampliamente compartidas, que asumimos ante la hipótesis del colapso, es la necesidad del decrecimiento del desarrollo, de la producción y del consumo, que entienda y respete los límites del planeta. Un decrecimiento que será forzoso o voluntario, brutal u ordenado, pero del que ya no podemos sustraernos Y ante esta expectativa no nos valen ni el tecnofeudalismo ni el ecofascismo, ni menos las salidas escapistas, como colonizar los océanos o viajar a las estrellas. Mientras nuestra supervivencia se encuentre en grave riesgo creemos razonable exigir una moratoria sine die al crecimiento, si no su cancelación como proyecto civilizatorio. No obstante, hay que aclarar que la apuesta por el decrecimiento no significa dar carta blanca a la moda ecológica, el capitalismo verde o el greenwashing. Por el contrario, ha de ser una apuesta por la radicalidad política anticapitalista y antidesarrollista, de amplia base, centrada en la justicia social y que implique, en este caso sí, el crecimiento y consolidación de lo público y lo público-comunal, como transición hacia otro mundo donde se recupere lo comunal y lo comunitario, cuya regeneración se hace imprescindible para abordar cualquier escenario postcolapso. En este sentido, nuestra utilización de la hipótesis decrecentista ha de ser entendida no como un fin en sí mismo, sino como una herramienta tan compleja como revisable, siempre en construcción.

2. Sobre la organización de la retaguardia

En primer lugar, todo este debate en torno al colapso, servido en bandeja por los medios de comunicación entregados al espectáculo, podría estar absorbiendo con su teatro de rayos y truenos toda nuestra atención, hurtando al mismo tiempo la posibilidad de leer el tiempo presente en todas sus dimensiones, en el cual se pueden estar produciendo otro tipo de fenómenos y movimientos subterráneos, por ejemplo, en torno a la creación de iniciativas y comunidades emancipatorias y experiencias autogestionarias, en los márgenes de Occidente y en otras latitudes, en las cuales podríamos encontrar algunas claves realmente constructivas. En cualquier caso, debemos abrir el foco todo lo que podamos. En este aspecto quizá debemos dejar de obsesionarnos con nuestra (in)capacidad de movilización, la cual en sí misma no es ni buena ni mala, pues tanto puede conducirnos a la activación de movimientos sociales positivos por los derechos básicos como, lo hemos comprobado, al autoritarismo, el fascismo y el militarismo.

Deberíamos empezar a hablar, tal vez, en otros términos, alejados del activismo belicista y, en vez de movilizar por movilizar, empezar a organizarnos para otros propósitos más constructivos y a más largo plazo, para que así las movilizaciones que emprendamos tengan sentido y utilidad. Dejar las vanguardias ofensivas por la creación de una retaguardia organizada en red, capaz de recuperar capacidades perdidas y resituarnos social y políticamente, impregnarnos de otros estilos de vida que se adapten a nuestras necesidades básicas. Esto es, organizarnos asumiendo nuestras limitaciones, pero rescatando esas fortalezas que sabemos que tenemos de cara a movilizaciones unitarias y básicas.

Y, aunque este necesario hacer lo que está en nuestras manos sin esperar a que nos venga dado, tampoco parezca tener el potencial de alcanzar la posibilidad de grandes cambios, tales como acabar con el capitalismo, al menos abre vías que apuntan en esa buena dirección.

3. Sobre las luchas parciales y la utopía

Por aterrizar esta actitud más organizativa que, en principio, movilizadora sobre lo concreto, que al mismo tiempo compone lo global, tendríamos que valorar cada lucha parcial para evaluar si se orienta hacia un horizonte defendible por su clara vocación universalista o si, por el contrario, apuntala el sostenimiento y la perdurabilidad del actual modelo individualista y corporativo, propio de las clases privilegiadas. Porque la pregunta, a continuación, es: ¿podemos defender una alternativa sistémica y global a través de la suma de las luchas parciales? ¿No son acaso las luchas parciales y concretas las que más allá de amortiguar los golpes, si se acompañan de la adecuada orientación y de la presión necesaria, tienen un determinado potencial de contribuir a los grandes cambios? Es posible, sobre todo si las luchas son orientadas hacia la organización efectiva de una vida y de una sociedad diferentes.

Seguramente hemos caído en un activismo y en un ansia movilizadora que se ha convertido en mera agitación, carente de sentido y de horizonte, lo cual no debe empujarnos a su abandono sino a su reorientación en contenidos y formas. En los contenidos, deberíamos tender, por un lado, al acortamiento de las desigualdades, atendiendo preferentemente a las situaciones de primera necesidad, y la defensa de todo lo público y social: una apuesta por ahorrar sufrimientos y por retrasar los procesos de degradación, conscientes de que no van más allá de un amortiguar los golpes más duros. Por otro, a la oposición a toda propuesta que signifique otro salto en la opción desarrollista. En las formas, tendrían que partir de nuestros posicionamientos, actitudes y formas de vida con dimensión social y política, convirtiéndolas, más que en confrontación, en una sincera invitación a la participación y el encuentro desde abajo.

No obstante, el problema es que, a día de hoy, carecemos, precisamente, de un horizonte compartido o una alternativa ilusionante que aúne esfuerzos y voluntades para lo más básico y elemental.

Hablamos de recuperar la utopía, pero que ya no es defendible en términos clásicos, como proyección salvadora hacia un engañoso futuro ideal. ¿Se podría entonces indagar en torno a un utopismo sin utopía que dote de sentido a lo concreto? La utopía como una ruptura con el futuro eternamente aplazado y el futuro como la apertura a este presente progresivamente transformador. En este sentido, habría que recuperar cierta perspectiva espiritual planetaria que reconcilie al ser humano con el resto de la naturaleza, ya que el ideal de armonía y equilibrio parece haber sido clausurado. Hemos perdido el sentido del límite, al anteponer el crecimiento económico al respeto a las fuerzas que rigen la naturaleza. Hemos alimentado, asimismo, la fe en una ciencia cada vez más alejada de la búsqueda del conocimiento y más bien aplicada hacia los intereses del desarrollismo capitalista. Por ello, la necesidad de apostar por ese polo espiritual que nos sitúe de otra manera ante la realidad.

4. Sobre el acuerdo necesario

Gestionar las diferencias para cultivar las cercanías” (Raquel Gutierrez Aguilar).

Por último, a la hora de asumir un debate de este calado, vuelve una interpelación clásica y recurrente, con más fuerza que nunca: ¿seremos capaces de evitar el sectarismo, mal endémico de la izquierda, para, cultivando un consenso desde abajo y a gran escala entre diferentes, poder extraer y seguir unas propuestas básicas? No nos cabe duda que esta es una de las claves fundamentales para poder articular una estrategia organizativa común y glocal, que nos conecte a todxs. Requerirá por nuestra parte abandonar toda tentación de imposición buscando el convencimiento; huir de los enfrentamientos que contribuyen a la fractura social; abandonar las posiciones de superioridad para alcanzar una razonabilidad compartida; priorizar nuestros posicionamientos de vida, más allá de lo que proponemos y reivindicamos, convirtiéndolos en invitación al consenso y el acuerdo. Y todo ello defendiendo siempre unos planteamientos claros, que no necesiten acomodos.

Obviamente, quedan pendientes cuestiones que exceden esta breve reflexión, tan importantes y/o urgentes en estos momentos como la manera de evitar los golpes más duros e inmediatos a la población más desfavorecida, la articulación dinámica entre los espacios de lo social y lo político en torno a un nuevo tipo de activismo, la conformación material de un estilo de vida frugal y comunitario o la necesidad de generar un imaginario alternativo entre científicos/as y creadoras/es que contribuya a dibujarnos otro horizonte ajeno al capitalismo. ¿Otro fin del mundo es posible? A largo plazo pero mirando al día a día, tejiendo redes diversas pero cada vez más densas, aceptando nuestra vulnerabilidad como una fortaleza, sin dejarnos arrastrar por utopías caducas ni distopías disciplinarias, podremos ir desbrozando un camino más ilusionante.

Frente al debate del colapso, ¿cómo actuar con sentido? Superando su paralizante nominalismo, con apertura de mente y con capacidad de escucha, propuesta y acuerdo nos parece un buen comienzo.

Colapso o no, en cualquier caso, en esta coyuntura de extrema gravedad, lo que en medio de este debate más debiera importarnos no es tanto obtener apresuradamente respuestas definitivas acerca de un futuro incierto que no está escrito como formular en el presente inmediato las preguntas adecuadas, con las actitudes justas, aquellas que nos permitan enfocar con mayor acierto y dar los primeros pasos, de las cuales nuestras propuestas quieren representar un posible avance, que sometemos al debate.

Esta es la tarea colectiva que nos toca emprender ahora y a la que os invitamos a participar, el día 9 de junio, a las 19 h, en Triki Traku (C/Río Arga 38-38). Os animamos a traer vuestras ideas y sugerencias, a enviarlas si no podéis acudir al correo malatextos@gmail.com. Por último, decir que aunque nos convoque un tema de cariz tan alarmante, nos reunamos con la alegría de encontrarnos y compartir amistosamente a la hora de reflexionar. Esto siempre es un placer y nos trae consecuencias positivas.